3 ene 2012

Esta vez, Pata Negra

Bueno señores, parece que poco a poco vuelvo de mi exilio.
También parece que esta vez la entrada será en español, de Pata Negra. No porque me apetezca que sólo me puedan leer los visitantes que hablen español, sino porque lo que quiero publicar hoy es un pequeño relatejo que escribí un día de lluvia, intentando desarrollar una idea que me vino a la cabeza jugando un partido de pádel. La inspiración viene en los momentos más insospechados, supongo.
Además no podía dejar pasar la ocasión de desearos un maravilloso año, que sea mejor que el anterior pero peor que el próximo, que cumpláis al menos un propósito de vuestra lista (que ya es mucho decir) y que aprovechéis cada momento, cada minuto, porque hay que exprimirlos al máximo.


En fin, vayamos con el relato pues. En realidad no está del todo pulido, ¡pero espero que os guste igualmente!
Un beso enorme a todos y felices fiestas!!! :)





Las mujeres que no amaban a las mujeres

La comadrona miró a su ayudante con severidad. Es una niña, dijo.
-Pobrecilla.

Botosia era un bonito lugar muy bien situado en un soleado valle. Las colinas que lo rodeaban, aunque no muy altas, servían de sobra para aislar al pequeño pueblo del resto del mundo. A ojos de los turistas o la gente que lo veía desde la carretera, Botosia podía aparentar ser un sitio feliz, aunque como bien se dice, nada es lo que parece. Pero bueno, no adelantemos acontecimientos. Creo recordar que una pequeña acababa de nacer. Sí, eso es, una pequeña criatura rubia como el oro y con ojos azules y tan vivos que parecía que llevaban años viendo la luz.
La madre, exhausta, aún lloraba, aunque no sólo de felicidad.
-Lo lograremos, cariño. Cueste lo que cueste.
La recién nacida no entendía esos extraños sonidos que aquella señora le susurraba, ni lo que tras ellos se escondía, ella se limitaba a llorar.
La chiquilla creció sana y sin perder su belleza. Poco a poco fue aprendiendo cómo funcionaban las cosas en ese lugar tan extraño en el que le había tocado vivir. Sabía, por ejemplo, que nunca debía salir maquillada a ninguna parte, ni llevar ropa provocativa o besar a un chico en público. Otras más cosas, como no salir después de las ocho, ya las cumplía de manera mecánica.

Nuestra mujercita estaba harta de no tener más de dos chicas de su edad con las que poder conversar o pasar el rato y llevar esa vida llena de restricciones. En su dieciocho cumpleaños la gota colmó el vaso.

-Voy a salir a la calle mamá. Son las diez de la noche, y con minifalda y pintalabios, voy a salir. Estoy harta.
Su madre, muy sorprendida por el repentino brote de rebeldía en su hija, se apresuro a agarrarla para no dejarla salir.
-Por favor cariño, no lo hagas. Haremos lo que quieras, pero te pido por favor que respetes las normas. Es muy peligroso.
Las lágrimas en los ojos de su madre enturbiaron sus intenciones y sembraron el miedo al peligro del que hablaba, ese gran desconocido que había estado con ella toda su vida, aún sin saber de qué se trataba. Después de unos instantes de reflexión, se sentó en el sofá con aires de resignación.
-Está bien mamá, no saldré. Al menos no hasta que me cuentes de una vez que demonios pasa al otro lado de la puerta cuando dan las ocho.
La madre la observó seria y largamente. Ya es mayorcita, pensó, merece saberlo. Y sin decir una palabra, se sentó a su lado y se dispuso a desvelarle todas las respuestas.

-A ver, por donde empiezo… Hace muchos años, las mujeres tenían kilos de más, algunas muchos de hecho. Había celulitis, piel de naranja, arrugas, varices… Probablemente te suene a chino, pero no son más que imperfecciones en la piel o el cuerpo que aparecen por la edad, la mala alimentación o cosas tan naturales como los embarazos. ¡Tú misma me dejaste tu marca azul en la pierna derecha! El caso es que, con el tiempo, todos esos pequeños defectos, que al principio sólo se trataban si acarreaban problemas de salud, empezaron a alejarse de los cánones de belleza. La tersura, la casi extrema delgadez y la falta de grasa empezaron a considerarse sólidos pilares de la mujer ideal. Ya no se quería presumir de vivencias o sabiduría mediante las arrugas, y casi estaba mal visto comer dulces sin preocuparse de sus calorías. Las mujeres, y hasta algunos hombres, empezaron a obsesionarse con encajar en la sociedad, mimetizándose con los nuevos cánones y tendencias físicas. ¿Que estar muy delgada puede traer problemas de salud? ¿Que no es bonito? Daba igual. Probablemente tú ahora no entiendas esa mente casi de zombie, que se limita a imitar a los demás, pero es que la gente estaba realmente rodeada de toda esa basura. En la televisión, revistas, películas, música, arte, medios de comunicación, moda… absolutamente todo estaba contaminado por  esas esas nuevas ideas, que también supusieron la vida de mucha gente; jóvenes anoréxicas o bulímicas, suicidios por depresión e incontables muertes en quirófano. Porque no conseguían esos cuerpos a base de una vida sana y mucho deporte, sino que cada vez se recurría a medios más peligrosos, pero también más fáciles y duraderos. La gente empezó a hacerse operaciones de extirpación de grasa o a inyectarse sustancias que borraban las arrugas, y, poco a poco, la moda se convirtió en obsesión. Tal fue su importancia, que hasta llegó aquí, a Botosia, donde nuestras colinas nos suelen aislar de todo tipo de tendencias exteriores. La globalización, supongo. El caso es que, por culpa de las muertes y la brevedad de las modas, los cánones de belleza fueron cambiando y, gracias a Dios, ahora de todo eso sólo quedan pequeños retales sin mucha importancia… salvo aquí. En Botosia, las madres, más o menos a partir de los cuarenta años, se distorsionaron de tal manera, que luego era casi imposible diferenciarlas de sus hijas de dieciocho o diecinueve. A las jóvenes les amargaba, ya que al verse rejuvenecidas, sus madres también les robaban la juventud. Al final la mayoría de las hijas acabaron amargadas y envejeciendo de forma prematura. Otras, en cambio, se unieron a la forma de vida de sus ‘madres’. En lo que desembocó toda esa euforia fue terrible. Como dije antes, la moda se había convertido en obsesión, pero aquí la obsesión había cruzado la línea que la separaba de la enfermedad. El comportamiento enfermizo de inyectarse pociones mágicas todas las noches, en vez de cenar para no engordar, la manía de llevar siempre un espejo encima, al que sólo les faltaba preguntar quién era la mujer más bella y la envidia, más tarde odio, que sentían hacia las chicas jóvenes, guapas y naturales como tú. Ya no les quedaba expresividad en el rostro, pero sus ojos seguían llameando cada vez que veían a las muchachas arregladas salir a divertirse o pasear con sus novios. Porque eso, la verdadera juventud, era lo único que nunca nadie les podría devolver. Y porque, como bien se dijo, el hombre es un lobo para el hombre, las mujeres enloquecieron. Empezaron fastidiando a las chicas jóvenes, hasta llegar a las amenazas. Luego empezaron los raptos y las desapariciones… y estalló el terror. Las más bellas tuvieron que huir más allá de las montañas, donde su genética no fuese su sentencia de muerte, y muchas otras no tan agraciadas se marcharon también, presas del pánico. Sólo algunas nos quedamos aquí, a pesar de todo. Es por eso por lo que no hay muchas chicas de tu edad, y las que hay viven igual de censuradas que tú. Por eso temo por ti cada vez que sales de casa y está oscuro, y por eso me la alegría se mezcla con la angustia en tus cumpleaños, cuando te veo tan mayor y tan hermosa. Por eso, cariño mío, hay que respetar las reglas. Porque la naturaleza es peligrosa, pero nosotros lo somos mucho más.

Mónica Morado, 2011